LA TOLITA
Primera Parte
En la isla que le da nombre -La Tolita-, el estuario del río Santiago y por el río Esmeraldas-en Esmeraldas-y hasta lo que hoy es Tumaco, en Colombia, florece una cultura de intensa vida ceremonial, gran imaginación creativa y avanzada tecnología, sobre todo para trabajar metales.
Un saqueo codicioso y torpe de muchos años ha destruido decenas de miles de piezas de cerámica y ha hecho desaparecer, a veces fundiéndolos, bellísimos objetos de metales preciosos, que nos habrían hecho conocer aún más el refinamiento de esta cultura.
Entre todos los depredadores, hubo uno especialmente nefasto: Donato Yannuzzelli. Metiendo tractores arrasó con vestigios culturales sin el menor discrimen y fundió cientos de kilos de oro obras de arte y de preciosa artesanía. Debemos, pues, considerar que contamos con pequeñísimas partes de las producciones de la cultura Tolita. Y, de esa muy pequeña parte salvada de la ciega voracidad de los huaqueros, hay piezas regadas por muchos museos del mundo, comenzando por el gran Museo del Oro de Bogotá. A pesar de todo esto, la imagen que podemos hacernos del arte de la Tolita es magnífica.
Los ceramistas tolitas pintan con rojo y blanco sobre un color leonado o usando la técnica de la pintura negativa y decoran sus piezas con línea de incisión muy fina. Sus figurines revelan la mano de un creador: presentan rasgos de recio naturalismo -que contrasta con la estilización de culturas vecinas-. Trabajan placas de cerámica que por una perforación en el extremo parece que se destinaban a colgantes. Representan allí un varón yacente o una pareja.
En sus pequeñas esculturas modelan figuras de hombres con cabezas de pájaros o mamíferos, hombres emergiendo de las fauces de algún animal (esto se llama el “alter ego”, o el “otro yo”), monstruos con las fauces abiertas. Y con motivos zoomorfos decoran plásticamente las más bellas vasijas, sobre todo las que se destinaban a fines ceremoniales, como quemar incienso. Jijón y Caamaño notó que muchas estatuillas tienen una protuberancia en la parte posterior -que es plana y sin adorno alguno-. Ello sugiere que se colocaban en las paredes de la casa para ornamentación. Es la idea del cuadro, del bajo relieve de adorno. El mismo Jijón ha destacado la gran belleza de las estilizaciones de los sellos planos.
Hubo, sin duda, en La Tolita, además de las figuras hechas con molde (en especial pequeños grupos en alguna actividad doméstica), una cerámica de gran refinamiento y clara voluntad artística; pero el campo en que más se avanzó *en artesanía artística y expresiones de arte fue el de los metales. Se trabajó el oro, el cobre, plata en aleación con cobre y oro, y hasta el platino.
[…] El trabajo con el platino resulta lo más admirable: en La Tolita se trabajó el platino casi dos mil años antes de que comenzara a hacérselo en Europa (donde se comenzó a trabajar en platino por el siglo XVIII). Las técnicas metalúrgicas fueron variadas: fusión, forja, laminado a martillo, fundición a cera perdida (con el calor de la fundición, desaparece la cera y los espacios que ocupaba la cera los ocupa el metal líquido), repujado y engaste en metal de piedras como la esmeralda, el cuarzo, el ágata y la turquesa. Han salido de la Tolita tal cantidad de joyas de oro -algunas de enorme refinamiento y gran belleza-, que ha llegado a pensarse que allí todo el mundo llevaba adornos de oro. Y algo más: si a esa enorme cantidad de joyas se unen todos los objetos o ceremoniales o religiosos, da para pensar -como ha sugerido Bergsoe, danés experto en metalurgia y tecnología del oro y el platino en los pueblos precolombinos-que en La Tolita un gran número de pobladores debieron haber tenido su propio taller de orfebrería. Acaso toda la isla haya sido un gran taller, junto a un centro ceremonial. Es una de las cosas que el inmisericorde y torpe saqueo ya dicho nos ha impedido conocer con exactitud. En cuanto al arte Tolita hay piezas que hacen brillar toda su grandeza. Como una máscara de oro con ojos de platino -probablemente una máscara mortuoria-, en la que el artista conjugó el hieratismo de lo ceremonial con rasgos humanos simples pero muy expresivos. O la figura solar que se halla en el Museo del Banco Central del Ecuador, en Quito, y ha sido asumido por esta institución como su logotipo. Esta pieza, laminada, calada y repujada en oro, es la cabeza de un guerrero empenachado. El penacho es parte de los rayos zigzagueantes que rodean el rostro. Y los rayos tienen una notable peculiaridad: son muy flexibles, de tal modo que al menor soplo de viento se agitan. Es, pues, un móvil, una escultura con una brillante idea cinética. No todo lo que se creó en La Tolita fue resultado de evolución autónoma. Hay formas que parecen haber llegado de culturas centroamericanas y mexicanas. Pero ello apenas resta mérito a un pueblo que, en su capricho por modelar y labrar y fundir piezas bellas, incorporó a su propio universo de formas las más bellas de las extranjeras, buscando siempre conjugar adorno personal con mito, culto con arte. El arte en La Tolita daba forma bella a mitos y los convertía en ingrediente mágico de la vida cotidiana. Lea la primera parte aqui […]