La Tolita.
Segunda parte.
El trabajo con el platino resulta lo más admirable: en La Tolita se trabajó el platino casi dos mil años antes de que comenzara a hacérselo en Europa (donde se comenzó a trabajar en platino por el siglo XVIII). Las técnicas metalúrgicas fueron variadas: fusión, forja, laminado a martillo, fundición a cera perdida (con el calor de la fundición, desaparece la cera y los espacios que ocupaba la cera los ocupa el metal líquido), repujado y engaste en metal de piedras como la esmeralda, el cuarzo, el ágata y la turquesa.
Han salido de la Tolita tal cantidad de joyas de oro -algunas de enorme refinamiento y gran belleza-, que ha llegado a pensarse que allí todo el mundo llevaba adornos de oro. Y algo más: si a esa enorme cantidad de joyas se unen todos los objetos o ceremoniales o religiosos, da para pensar -como ha sugerido Bergsoe, danés experto en metalurgia y tecnología del oro y el platino en los pueblos precolombinos-que en La Tolita un gran número de pobladores debieron haber tenido su propio taller de orfebrería. Acaso toda la isla haya sido un gran taller, junto a un centro ceremonial. Es una de las cosas que el inmisericorde y torpe saqueo ya dicho nos ha impedido conocer con exactitud.
En cuanto al arte Tolita hay piezas que hacen brillar toda su grandeza. Como una máscara de oro con ojos de platino -probablemente una máscara mortuoria-, en la que el artista conjugó el hieratismo de lo ceremonial con rasgos humanos simples pero muy expresivos. O la figura solar que se halla en el Museo del Banco Central del Ecuador, en Quito, y ha sido asumido por esta institución como su logotipo. Esta pieza, laminada, calada y repujada en oro, es la cabeza de un guerrero empenachado.
El penacho es parte de los rayos zigzagueantes que rodean el rostro. Y los rayos tienen una notable peculiaridad: son muy flexibles, de tal modo que al menor soplo de viento se agitan. Es, pues, un móvil, una escultura con una brillante idea cinética.
No todo lo que se creó en La Tolita fue resultado de evolución autónoma. Hay formas que parecen haber llegado de culturas centroamericanas y mexicanas. Pero ello apenas resta mérito a un pueblo que, en su capricho por modelar y labrar y fundir piezas bellas, incorporó a su propio universo de formas las más bellas de las extranjeras, buscando siempre conjugar adorno personal con mito, culto con arte. El arte en La Tolita daba forma bella a mitos y los convertía en ingrediente mágico de la vida cotidiana.