El salto más largo y alto de «todo el mundo», un cuento sin igual, sueños de niños.

Cuentos que pudieran ser real.

Érase una vez, bueno pues, en realidad eran algunas veces, múltiples veces, que había saltado como canguro el cerco que rodeaba la casa, lo saltaba con tanta emoción que nunca se percató si el salto era muy alto o era muy pequeño, lo cierto era que se sentía como esos atletas de elite que veía en la televisión cada 4 años, a sus casi doce años, sentía que él debía estar entre los mejores de los mejores, pues había practicado saltar desde que tenía 8 años.

Rosendo, (nunca he logrado comprender porque a las personas les ponen nombres raros, cuando yo se grande me lo cambiaré) era un muchacho rubicundo, delgado, un poco zambo, pero muy atlético, el mismo decía que siempre comía harto plátano con machica y que por eso él era muy saludable.

Vivía en un recinto por la cabecera cantonal del pueblo al que conocían como el paraíso de Cotopaxi, aprovechaba todas las horas que podía para hacer su salto alto, y cada vez le decía a su papá que le ponga una caña más arriba porque las vacas se saltaban esa cerca sin ningún obstáculo.

¿Cuánto saltaba? En realidad nunca le pregunte, sin embargo en una ocasión lo vi saltar muy alto, pero muy alto, aquella vez que un perro lo seguía por haberse metido a un terreno ajeno a coger algunas naranjas, se sonreía con cara de susto al recordar aquello, el perro no era tan pequeño después de todo.

el salto más largo

Pero llegaba la época de los juegos inter escolares, y él quería ser el campeón de salto alto sin garrocha, él no quería tener competencia, a pesar de que como era muy delgado y aparentaba no ser muy saludable, ya la profesora le había dicho que no estaba entre los escogidos, aun así el insistía neciamente que podía participar.

Llegó el tiempo de escoger jugadores y otros deportistas para la gran clasificación de los juegos, y la profesora ya tenía seguro a sus preferidos, los más robustos, colorados, hijos de los más afamados del pueblo, sin duda alguna con ellos tendrían que obtener muchas medallas, y Rosendo observaba desde lejos como entrenaban los muchachos compañeros suyos, aunque tenía la intención de acercarse, pero un hilo de recelo lo hacía sentir más pequeño de lo que era.

Por unos cuantos minutos intento animarse así mismo diciéndose en su mente que los otros eran mejor que él y que seguramente después podría estar entre los mejores, sin embargo el mismo no se podía convencerse, aunque se metiera muchos cuentos a la cabeza y sabía que el tenía que estar allí.

Se acercó disimulando un poco su tristeza disfrazada con una sonrisa muy poco amena, y empezó a darles recomendaciones a sus amigos para que puedan saltar más alto, pero uno de ellos lo hizo callar diciéndole “tú qué sabes, deja saltar a los que sabemos”, Rosendo ni corto ni perezoso, se atrevió a responderle; “claro yo no sé saltar como niña”; esto hizo que el muchacho se enojara e increpara al compañero que lo había insultado, lo que conllevó a que la profesora le regañara muy fuertemente a Rosendo; pero las cosas no acabarían allí, ya que otro compañero desafió a Rosendo a saltar lo que ellos saltaban.

Muy sobrado Rosendo, con la seguridad de que podía hacer más, les increpó a poner esa varita más arriba, logrando hacer que todos soltaran una carcajada.

Fue entonces que la misma profesora para que Rosendo deje de molestar, colocó la vara más arriba y le invitó a Rosendo a que saltase tanto como él se afanaba en decir que lo haría.

Rosendo no cogió ni mucha velocidad, solo trotó un poco y con serenidad se lanzó agazapándose, y voló tal cual solía hacerlo en los campos, en su terruño, sobre la cerca de su choza.

Solo se escuchó un gemido de sorpresa y luego un silencio sepulcral, pues todos no podían salir del asombro al ver que ese chiquillo, flacucho y de poca talla estaba haciendo un salto magnifico y mucho más aún que ni siquiera había botado una gota de sudor.

La profesora no dudo en tener que discutir con los padres de familia de sus estudiantes mimados, Rosendo tenía que estar allí en aquel día.

Llegó el día tan anhelado por Rosendo, y empezaron a saltar uno tras otros y Rosendo no se inmutaba con tan poca altura, era alto tan sencillo, tan poca cosa, no había sentido cansarse tanto, el solo quería volar, no había nadie que lo alcanzara, hasta que uno a uno de todos los competidores iban cediendo ante el cansancio y la altura de la vara, así finalmente el jurado decidió preguntarle qué tan alto quería la vara, para finalmente tomar nota del record, ante lo que él dijo la altura que quería, todos quedaron asombrados y perplejos, no sabía realmente si reírse o ceder, pero lo que él pedía era ley y tenía que hacerse, así que le pusieron como lo había solicitado.

Finalmente llegó el salto más largo «de todo el mundo»

Rosendo cerró los ojos, él sabía que era el momento de demostrarse así mismo que podía hacerlo, era el tiempo, era lo que el precisaba, allí tenía a “todo el mundo” para verlo volar, y así lo hizo, ahora si iba a sudar, con su pequeño cuerpo que corría agazapado y haciéndose de costado, le pareció un tiempo infinito, mientras cruzaba la vara sin tocarla, mientras la pasaba él pensaba en todos, en su madre, en su papá viéndolo poner otra caña, no eran las vacas que cruzaban esa cerca, era simplemente Rosendo, el inigualable que caía de pie ante el asombro del público presente que aplaudían como focas locas, la audacia de aquel chiquillo extraordinario. El simplemente sentía que era el salto más largo y alto de todo el mundo.

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